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Lo malo no es ser madre

Fui madre a los 33 años de Celeste, una niña con síndrome de Down; hace 8 años mi madre murió de cáncer gástrico, no tuvo la oportunidad de conocer a su nieta, pero siempre recuerdo las palabras de tantas madres: “Cuando tengas tus hijos, vas a saber qué es ser madre”. Cuestan los hijos e hijas, sin duda alguna; y muchas veces idealizamos la maternidad. Siempre me dio miedo ser una mala madre, no saber guiarlos, sobreprotegerlos o causar heridas, que quizá nuestras madres o padres han causado sin querer en nosotros.

Por ejemplo, perdí a mi papá a los 6 años y crecí con el miedo al abandono, situación que en mi etapa adulta ha generado muchos problemas con parejas. Esta es mi particular relación, pero qué decir de nosotras, “Las madres”, que nos aferramos a los hijos e hijas y que muchas veces los utilizamos como escape a nuestros propios dolores. Al cuestionar esto, podrían decirme: “Nada se compara con el amor de madre”. Vuelvo a lo mismo: “Idealizamos este amor”. Muchas madres de hijos e hijas con discapacidad volcamos la vida hacia esta maternidad, olvidando o poniendo en segundo plano a los otros hijos/as. Con el tiempo, surgen más de algún reproche; incluso descuidándonos a nosotras mismas. Y también están aquellas madres que se aferran a sus hijos luego de sus divorcios, poniéndolos en contra relación con el padre.

Y en esto quiero reflexionar, somos madres a costa de todo, poniendo nuestra maternidad como primer plano. Pero, ¿hasta dónde está ese límite de idealizarnos y realmente aceptar que de nosotras depende, para bien o para mal, la salud mental de las personas que vienen a nosotras en calidad de hijos e hijas?

He conocido hombres con relaciones tóxicas o de dependencia no sana con sus madres. Es una mezcla de toxicidad con idealismo que no les permite realizarse como hombres con sus parejas. Incluso esas relaciones “no sanas” los vuelven agresores de sus parejas debido a relaciones no resueltas con sus madres. También hay mujeres que repiten patrones de relaciones de pareja no sanas, por un lado, por padres ausentes y por otro: madres controladoras.

¿Dónde radica el equilibrio? Aquí no hay culpables, mi intención es profundizar sobre el porqué somos madres, cuestionar las paternidades ausentes que no permiten ese equilibrio saludable en el ser humano. Llevamos esta vida cargando culpas que no nos corresponden como hijos e hijas, y a la vez, como madres, nos responsabilizamos más de lo que podemos. Es ahí donde vemos las cifras elevadas de mujeres que mueren por enfermedades crónicas como el cáncer en todos sus tipos.

¿Cómo entender desde nuestras maternidades que nuestro rol es criar seres humanos libres y felices, sin trasladar nuestros traumas a estos seres en desarrollo? Nuestro rol es ser la guía para que, en su momento, tomen decisiones sanas y certeras, ya sea con padres presentes o ausentes. Este es mi llamado a la nueva generación de madres. Por otra parte, si aún estoy en mi rol de hijo o hija, ser consciente de las heridas que generaron nuestros padres y madres y liberar a esta generación de estos juegos manipulativos y nocivos que dañan a parejas, hijos/as, nietos/as, en fin, a todas aquellas personas que están dentro de estos círculos familiares. Tenemos la valentía de romper estas cadenas generacionales para limpiar, amar y transformar estas realidades.

Lo malo no es ser madre, lo malo es creer que la maternidad nos salva, solo por el hecho tan idealizado que tenemos de ella. No olvidemos que antes somos humanas, imperfectas, con errores y aciertos. Tenemos la oportunidad de, a través de nuestra maternidad, y de manera responsable, determinada, valiente y con amor, cambiar la vida no solo de nuestros hijos e hijas sino de todas aquellas personas que, en las distintas etapas de su vida, les rodeen.

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